“Es que Usted tira la puerta”
Doña Luz Amparo Jaramillo Botero era una señora manizaleña muy pinchada. Sus bisabuelos fueron los fundadores de muchos pueblos alrededor de la ciudad.
Ella pertenecía a la nobleza de Manizales, era toda una dama de dedo parado y esto se reflejaba en su actitud cotidiana. Con los demás era siempre lejana y soberbia. Las personas eran casi invisibles a sus ojos.
Hace tres años estaba viuda y la única relación que mantenía era con Don Humberto, un amigo de su difunto marido. Además, vivían en el mismo edificio y en el mismo piso.
La soledad en la que vivía después de la muerte de su marido, había marcado en Doña Luz una forma de relacionarse irritante y agresiva, sobre todo con Don Humberto. Le reprochaba el ruido que hacía al cerrar la puerta de su casa.
Don Humberto con mucha tranquilidad, le decía que no era cierto y que a ella le molestaba cualquier tipo de sonido que fuera un poco fuerte.
De hecho por algunos meses, Doña Luz había tenido que aguantarse una familia que vivía arriba de su apartamento y que no respetaba ninguna regla. Hacían siempre ruido. Además, el padre regresaba a la casa borracho y peleaba con su esposa en la noche.
Esto afectó mucho a Doña Luz, que había puesto muchas quejas contra ellos, pero sin resultado alguno.
Entonces, Doña Luz le reprochaba a Don Humberto cuando lo encontraba diciéndole:
—“Es que usted tira la puerta”.
De hecho, ella le explicaba casi como a un niño que tenía que cerrar la puerta con más suavidad.
—“Don Humberto, cuando usted regrese tiene que poner la clave y cerrar la puerta así, lentamente”.
Don Humberto con una paciencia infinita, casi de Papá Noel cuando lleva regalos a los niños malos, la escuchaba y le decía que sí. Él había trabajado muchos años como marinero y como todos los navegantes, sabía que tenía que esperar un cambio en el cielo, así como en sus caprichos. El tenía una educación de otros tiempos, cuando los hombres se levantaban el sombrero para saludar a una mujer.
Doña Luz Amparo pensaba que la única forma correcta de vivir era la suya, olvidándose que tenía millones de maneras de sentir su propio aliento, como la multitud de estrellas en el cielo. Don Humberto era un hombre de experiencias, había conocido muchos puertos y pueblos. Sabía que para vivir bien con los demás, tenía que ser un poquito “manso” y aceptar las diferencias.
Un día, Doña Luz le dijo a Don Humberto que se iba de paseo un fin de semana para el Quindío a casa de una hermana, pero por un dolor de cabeza tuvo que quedarse en la casa. Esa misma noche, Don Humberto regresó a la casa con una “pelada” que conoció en un bar.
Cuando cerró la puerta, lo hizo sin el cuidado de siempre, pero tampoco causó ruido. Doña Luz, como todas las personas de edad y solas, era siempre muy curiosa y al ver que él había regresado con una chica, le dio rabia. Además, aprovechando que Don Humberto no había cerrado la puerta con el mismo cuidado de siempre, salió con mucha furia de su apartamento. Timbró varias veces y golpeó muy duro con el puño la puerta del apartamento de Don Humberto. Don Humberto salió algo preocupado. Al verlo, ella le gritó poniéndole la cara encima de la suya, casi provocándolo:
— ¡Usted tiró la puerta como siempre! Pensaba que yo no estaba y aprovechó para descararse. ¡Usted es muy terco!
Don Humberto respiró profundo y cerró sus ojos un momento. Después, contestó con una voz ligera y pacífica:
—Gracias Doña Luz. Usted es muy amable. Que tenga una feliz noche.
Y cerró lentamente la puerta.
Este episodio los alejó por algunos días. Hacían de todo para no encontrarse en el edificio, ni en otro lado. Pero una tarde, se encontraron en la entrada del ascensor. Se saludaron con frialdad y subieron juntos.
En un momento, el ascensor se detuvo. Doña Luz Amparo entró en pánico gritando como un águila y diciendo que le estaba dando un infarto, que no podía respirar. Don Humberto encendió inmediatamente la alarma y trató de abrir las puertas del ascensor que casi había llegado al piso. Doña Luz le gritaba:
— ¡Humberto abra estas puertas que me muero!
Después de varios intentos, logró abrirlas y rescató a Doña Luz.
Juan David, el portero, llamó a la ambulancia. Mientras los enfermeros estaban atendiendo a Doña Luz y la subían en la ambulancia, ella apretó la mano de Don Humberto. Con una voz nueva y una expresión de arrepentimiento en su rostro, le dijo:
—Gracias.
Baldassarre Aufiero, Armenia (Quindio) Julio 2013 – Mozzafiato Copyright