Sonrisas reflejadas

Last Updated: 27 Febbraio 2015By

Al salir del Parque Tayrona, Diana Marcela y Gerard encontraron de nuevo el policía negro que habían conocido dos días antes, cuando comenzaron la caminata. Inmediatamente, el policía reconoció Gerard y lo saludó sonriendo.

Hola barranquillero ¿Cómo te fue? ¿Hiciste un paseo arrebatado?

Dos días antes para ahorrar algo de dinero, Gerard le había dicho a la muchacha que vendía las entradas al parque, que era colombiano.

De hecho, el precio de la entrada para extranjeros cuesta 23.000 pesos, en comparación con los $5.000 para los colombianos.

Gerard respondió a la pregunta de la chica, que si era de Colombia, un poco en broma, imitando un paso de baile que Diana Marcela le había enseñado:

Claro, yo soy barranquillero y bailo arrebatado.

El policía no pudo detener la explosión de risa, olvidando la compostura que debía tener por su uniforme.

Diana Marcela y la chica de las entradas rieron con ganas. Empezó así la excursión al Parque Tayrona.

Diana Marcela y Gerard se habían conocido a través del chat y después de cuatro meses de conexión por correo electrónico y la cámara web, decidieron encontrarse en Bogotá y pasar un par de semanas juntos en Taganga, un pequeño pueblo de pescadores cerca de Santa Marta.

Diana Marcela salía de una relación difícil y una separación con su ex marido. Además, la situación económica y el ambiente no eran de los mejores. Siguen viviendo juntos por la fuerza, por los tres niños y para hacer frente a la falta de dinero.

Sin embargo, ahora estaba con Gerard y Diana Marcela creía en esta nueva relación, fue como un nuevo encuentro con su parte más íntima.

Se volvió a abrir el flujo de sentimientos. Una nueva energía, después de años de crisis y de sufrimiento. Una nueva fuerza y una nueva esperanza.

El encuentro en Bogotá fue especial. Diana Marcela creyó en el amor de inmediato. Una simple mirada, una hermosa sonrisa.

Y así fue.

Diana Marcela había identificado inmediatamente a Gerard mientras recogía las maletas, pero por la confusión y la imposibilidad de saber por cuál puerta saldría con toda esa gente en frente, se había desorientado.

Se golpearon por detrás. Mientras mutuamente volteaban, se disculparon y se reconocieron, sonriendo.

Pasó un escalofrío y una galaxia de emociones. Casi como una persona que ya estaba extrañando hace mucho tiempo, que siempre había pertenecido a su vida.

Sí, Diana Marcela ya sabía la historia de Gerard.

También, conocía la crisis de depresión que lo redimensionó, pero le regaló limpieza y sinceridad.

Sin embargo, tenerlo al frente en la realidad, con su rostro cansado del largo viaje, pero feliz, la desbloqueó. De repente, sintió un cambio dentro de ella misma.

Una nueva manera de sentir el amor.

Era diferente. Más “fuerte”, más “impetuoso”, más “ruidoso”, como el mar en el Parque Tayrona.

Una selva de sonidos y olores, como la que estaban atraversando para llegar a Cabo San Juan.

Sí, el camino era plano, sin dureza, pero su condición física era precaria. Diana Marcela se había quemado los pies en la arena caliente en la playa de Piscinita, solo había traído las sandalias del día anterior y estaba afectada por la deshidratación y la disentería.

Pero continuaron el viaje con una felicidad explosiva. El estar juntos y caminar juntos, mano a mano, era algo instintivo.

Casi que el amor que los unía era la fuerza de la gravedad que no se puede resistir. La magia de este entorno natural casi prehistórico que les rodea, los golpeó debajo de la piel.

¿Un cuento de hadas? No, porque la chiva los estaba llevando de vuelta a Taganga para ponerle fin a sus vacaciones.

A regresar a la realidad cotidiana, a aceptar lo que no querían.

Porque sentados al lado del conductor, trataban de hacer una fotografía de ellos mismos en el espejo retrovisor, pero no pudieron, porque la carretera estaba llena de curvas y huecos.

Y se burlaban de cada intento fallido.

Pero ellos siguieron intentando fotografiar sus sonrisas reflejadas. Tal vez, este juego significaba la verdad. Querían encontrar un nuevo equilibrio en el cual el deseo de este amor inusual podría durar para siempre.

 

Baldassarre Aufiero,  Julio 2013Armenia-Quindio (Colombia) – Mozzafiato Copyright

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