Robin Hood enamorado
—“Te envié un mensaje de video por Skype, mientras viajaba en tren entre Atenas y Tesalónica.”
—“Sí, lo vi Demetrio”—dijo Narses.
—“Piensa en treinta años, cuando estemos en la tercera edad, pero vivaces, enviaremos videos eróticos a las enfermeras para cortejarlas, jajajajajajajaja.”
Al día siguiente, su amigo Demetrio dijo:
—“Usted es un hombre increíble, las mujeres son la primera prioridad, más que el agua y la comida ¡Ah! felicitaciones por la última conquista, vi las fotos en Facebook. Un poco de agua para tu ego, Narses.
—”Recuerda lo que dijo Al Pacino en Perfume de Mujer al muchacho que lo acompañaba: Las mujeres me gustan por encima de todas las cosas y Dios tiene que ser un genio para haberlas hecho. Además, no necesito tus felicitaciones para regar mi ego, hay monzones torrenciales diarios, jajajajajaja”.
Narses era un artista griego de joyería que después de divorciarse de una colombiana, regresaba periódicamente a Colombia para conquistar chicas nuevas. Seguía vendiendo sus creaciones: collares, pendientes y pulseras. Tenía un estilo muy elegante y refinado.
Utilizaba una fusión entre el oro y la plata para decorar piedras pero sobre todo madera. Su abuelo fue un carpintero muy famoso en Grecia. El olor y los colores de los diferentes tipos de madera eran algo que le pertenecía profundamente y de allí, la originalidad y la exclusividad de sus joyas.
Sí, sus joyas eran como las mujeres: de diferentes tamaños, colores y hasta sonidos. Eran una garantía de éxito y de buenas ventas. Sus clientes eran principalmente mujeres profesionales de más de treinta y cinco o cuarenta años. Pero las chicas de su conquista eran “jóvenes gacelas y ágiles”, como él las llamaba. Especialmente universitarias.
Él se definía a sí mismo como el Robín Hood de las mujeres. En otras palabras, “robaba” a las ancianas y regalaba a las jóvenes. Vendía a las señoras de cuarenta y con el dinero se divertía y rumbeaba con las chicas de veinte años.
En el Eje Cafetero era muy conocido. Por lo general, ofrecía sus productos a sus clientes cuando se reunían para un algo. Iba a visitarlas en persona, en la oficina o en casa. En una de esas ocasiones le presentaron una nueva clienta, María Elena, la gerente de un banco. Narses quedó impresionado de la belleza de María Elena. Fue chocado inmediatamente por la feminidad de aquella mujer. Lograba olerla como le pasaba con la madera. María Elena lo atraía enormemente. Incluso, cuando oyó su voz, fue un tremendo shock. Esa voz cálida y envolvente.
Después de la reunión, estaba frenético esperando la cita del día siguiente con ella, para presentarle otros tipos de joyas. Llegó puntual, vestido de manera sencilla pero atractiva, con un toque de masculinidad acentuada. Usó toda su genialidad como artista para elegir la ropa más adecuada. Quería revelarle su interés y no perdió tiempo invitándola a cenar la noche siguiente.
María Elena lo rechazó diciéndole que tenía otros compromisos, pero compró un poco de joyería. Narses pensaba que debía tener un poco de paciencia para llegar con su arco y sus flechas al centro del corazón de María Elena. Pero el objetivo se reveló más difícil de lo que podía pensar. Mucho más.
La semana siguiente, mientras corría en el parque de la ciudad, se encontró con María Elena que corría con su pastor alemán, un perro muy grande. Él la invitó de nuevo, y ella con la excusa de no tener la agenda, le pidió de posponer. Pero Narses no desistía. La atracción por María Elena crecía cada vez que la encontraba.
Al mismo tiempo, ella era misteriosa y abierta, dura y suave. Una galaxia indescifrable. Esto lo atrajo más y más. Narses ya no estaba llamando ni respondía a ninguna de sus “gacelas”. Una atracción profunda lo había capturado, estaba torcido como los hilos de oro y plata que decoraban y rodeaban sus joyas. Demetrio tomándole el pelo le escribió:
—”Mi querido Robin Hood, encontraste una amazona que sabe cómo usar el arco mejor que tú, ha acertado muy bien en el medio.”
Una tarde en un café, se encontró con el marido de una de sus clientes, un profesor universitario que escuchó la historia de Narses y le aconsejó organizar una noche con serenata y músicos, una tradición de los enamorados colombianos. Así se detecta si la novia potencial acepta el noviazgo.
Así, Narses contrató a los músicos para dar una serenata y compró un ramo de flores. A la una de la mañana abajo de la casa de María Elena, comenzó la música romántica. Ella se despertó, miró por la ventana y le pidió que se detuviera y la dejara dormir.
El más anciano de los músicos le aconsejó no darse por vencido y recitara un poema o le declarara su amor. Narses recitó versos del cortejo de Paris a Elena de Troya, recordando la escuela secundaria en sus memorias, que Elena de Troya después de la negativa inicial, pasó a sentir una gran pasión. Pero la gerente del banco salió de nuevo y le dijo con más firmeza que se marchara.
De nuevo, el músico anciano aconsejó una última canción. Y así comenzó de nuevo. Exactamente en ese momento, María Elena salió de la casa con el pastor alemán y lo lanzó hacia ellos gritando:
— ¡Tomás atácalos, muérdelos!
Todos escaparon y Narses no había tenido más remedio que subirse a un árbol. Tomás se puso bajo el árbol donde estaba Narses, ladrando y gruñendo. Narses le pidió a María Elena que lo llamara. Pero ella cerró la puerta y apagó las luces. Narses se sentía realmente como Robin Hood escondido en el Bosque de Sherwood.
Durante la noche fría y mal acomodado en el árbol, Narses empezó a entender la expresión en la cara de las chicas universitarias cuando se despedía de ellas sin una razón. Esa extraña sensación de no ser capaz de percibir por qué una relación había terminado antes de comenzar.